lunes, 11 de abril de 2011

Un pirómano en busca de hielo


“Tu problema es que eres demasiado franco”, me dijo Karina mientras me tomaba de la mano, “porque la gente no quiere oír verdades, es feliz escuchando mentiras piadosas”. No lo puedo evitar, es mi naturaleza, soy un pésimo promotor de mí mismo, y cosas por el estilo le respondí a la chica. A los 10 minutos de conocerla yo sabía que era más inteligente que el promedio de las mujeres, y mucho más que la mayoría de los hombres. Su observación se debió a que le dije que me había dado gusto conocerla pero que en ese momento no me interesaba ninguna relación afectiva. Estábamos afuera de su casa e incluso me invitó a pasar con el pretexto de “que no te caería mal un cafecito, o un poco de vino tinto”. Rechazar la invitación no fue fácil. Pero yo no estaba allí por mis propias razones. Lo que sucede es que mi hermana es como todas las hermanas: preocupona, protectora y un poco metiche. Así que el sábado me invitó a una reunión en su departamento y me presentó a una compañera del trabajo. “Mira, hermano, ella es Karina y es mi mejor amiga. Además de guapa es excelente persona”. Y tenía razón. A sus 27 años lucía radiante, con una figura que ya quisieran muchas chavitas, y una sonrisa que te provocaba ganas de besarla. “Ahí los dejo para que se conozcan mejor”, mi hermana Nadia le guiñó un ojo a su amiga. “¿Así que eres escritor?”. Casi escupo el trago de ron que acababa de beber. “¡Cómo crees!”, protesté. Ella se puso roja. “Bueno, es que he leído lo que escribes y me encanta”, justificó apresuradamente. “Pero no soy escritor, sólo me gusta escribir lo que pienso y siento”, aclaré, y ella sólo hizo un gesto de ojos extragrandes. “Me agrada que te guste lo que escribo, pero a mi no me va eso de escritor, se me hace demasiado solemne y yo soy un mero aprendiz de charlatán”. Posteriormente charlamos de música, un poco de nuestros respectivos trabajos y también de lo complicado que es encontrar pasión o algo de bondad en los ojos de la gente.

También me enteré de que el día que se iba a casar con el hombre de su vida se presentó la ex esposa en la iglesia y convenció al cura de que aquello era pecado. Pudo haberse comprometido sólo por el civil, pero se sintió humillada con aquel vestido de novia. Así que le pidió a su padre que la llevara a su casa y se encerró por tres días. El novio le lloró, le suplicó el perdón por haberle ocultado que era divorciado y por haberse confiado en que la ex ya lo había olvidado. La mujer había venido desde Querétaro para impedir la boda. Y nadie se explicaba cómo se había enterado. “Nunca intentes entender la maldad”, le comenté. Así que desde entonces prometió no volver a casarse. La historia de Karina estaba salpicada de fracasos amorosos, como suele ser habitual. Otro punto en común conmigo. “Pero no me cierro al amor, aún creo que encontraré a la persona ideal”, me aclaró. En eso no estaremos nunca de acuerdo. A la una de la mañana decidí que ya era hora de irme. Mi hermana me pidió que me quedara un rato, que era muy temprano y que eso apenas se estaba poniendo bueno. Allí había unas 20 personas y algunas bailaban y otras reían y una pareja llevaba como 15 minutos encerrada en el baño. No me convenció. Su amiga sugirió que le diera un aventón, “porque pensaba quedarme, pero ya tengo sueño y no creo este ruidero me dejen dormir”. Acepté de manera educada, aunque yo sabía que me desviarme al menos media hora de camino a mi casa. En el trayecto no dejó de hablar de mí. “Eres tan lindo” o “estoy segura de que cualquier mujer sería feliz a tu lado”. Traté de rebatir su buena impresión sobre mí. Convivir conmigo es tan constructivo como inventar una alarma contra bobos. Soy experto en demoler buenas intenciones. Toda mujer que me ama termina por convencerse de que es más sencillo lograr que un hurón coma con cubiertos. Esas y otras frases utilicé para desanimarla.

Cuando llegamos a su casa, me dio un beso apresurado sobre los labios, tan fugaz como la escena cursi de una película de Jennifer López. Se supone que debí tomarla del brazo, atraerla hacia mí y besarla como lo haría George Clooney en una comedia romántica, pero odio las obviedades. La miré fijamente y le dije que lamentaba haberle hecho perder el tiempo. “¿Por qué dices eso?”, cuestionó. “No soy el hombre que esperas, ni el que te hará volver a confiar en el amor”, solté con frialdad aunque sabía que era un pésimo diálogo. Quizá debí aclarar que soy cínico, arrogante, harto independiente, no creo en el amor a mediano plazo, ya tengo demasiados vicios, y de noche en noche me dejo acorralar por mis propios temores, pero por si no bastara, me encanta vivir solo. “Tú no puedes saber si eres el hombre que espero”, manifestó, “eso lo tengo que averiguar yo, déjame intentarlo”. Negué con la cabeza.

Si alguien lo sabe soy yo. “Llevo años tratando de conocerme, haciendo una biografía de mis defectos”, le advertí. Fue entonces que me invitó a pasar a su casa para seguir averiguando si yo le convenía o no. “No hagas que te ruegue, por favor”, y ese por favor sonó a ruego. “En verdad, muchas gracias, pero no puedo aceptar, no sería justo para ti”, me conozco y sé que terminaría llevándomela a la cama, aunque después me sintiera igual de vacío que un gerente de banco. “Okey, ya no voy a insistir, pero prométeme que me llamarás aunque sea para ir al cine”, ya me había dado su número de celular y evité darle el mío. “Lo único que te puedo prometer es que intentaré llegar a mi casa sin chocar, y ya luego veremos”, sonreí para aligerar el momento. “Tonto, no seas payaso”, me volvió a besar, “bueno, ya me voy. Conste, te lo pierdes porque quieres”, bajó del auto y al alejarse me gustó su manera de caminar, la forma en que los jeans acentuaban sus caderas.

Si no fuera amiga de mi hermana hubiera intentado seducirla. Ya son suficientes los reclamos de una sola mujer para desquiciarte. Y yo no soporto que mis parientes se quieran meter en mi vida. Sin embargo, al otro día me llamó Nadia para preguntarme cómo me había caído su amiga. “Es buena chica, pero no es mi tipo”, dejé en claro. “Ay, hermano, no seas payaso. Deberías salir con ella, es muy linda y muy decente”. No lo dudo. Le agradecí la invitación a su casa, pero le pedí que ya no me presentara amigas. Sé que se preocupa por mí, pero hace mucho que dejamos de ser niños y nos convertimos en desconocidos. A mí me da gusto verla feliz, como a mis otros hermanos, pero no sé si me moldearon con otro barro o si me falta cerebro, pero prefiero provocar mis propios incendios. Un pirómano sólo necesita fuego. Y generalmente actúa sin cómplices. Además, sé que estoy condenado a las mujeres insanas, a las que maldicen todo el tiempo, a las que ven telenovelas, a las que les gusta recitar tu nombre en cada orgasmo, a las que se ponen perfume entre los senos, a esas que gritan su placer casi obsceno, a aquellas que se tatúan el trasero, a las que no les importa si tu corazón late a destiempo. En fin, estoy predestinado a invertir en relaciones tan sólidas como un bloque de hielo.

2 comentarios:

  1. sos un canalla! Vaya experiencia! Me gustó

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  2. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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