Tengo una carta que dice “Es el final”. Colecciono rezos en la oscuridad. Una noche sin caricias es un carnaval de soledad. Y yo me siento abandonado hasta por mi sombra. El amor es un muñeco vudú en forma de cupido. Mi corazón es una bomba de tiempo, mi ansiedad me recomienda mil formas de suicidio. El amor es un Sanborns adornado con globos de corazones. El amor es un invento para vender tarjetitas cursis que dicen: “Si quieres saber cuánto te quiero cuenta las estrellas del cielo”. El amor es el precio de un disco en el Mix Up. Amor es regalar un muñeco de peluche envuelto en celofán. El amor es un antro saturado en 14 de febrero. El amor es una chica que pierde su virginidad en las manos más toscas. Y el final es el mismo: llorar por alguien que no te supo amar. En lugar de fomentar los abrazos, queremos comprar caricias y te quieros que nunca serán sinceros. Ya lo dice un poeta apocalíptico: “los suspiros no son valorados en un cielo poblado de regalos caros”. Por eso es mejor no empeñar el corazón, ni dejarse llevar por besos falsos. El amor apendeja, te vuelve más vulnerable y siempre estarás a merced de alguien que sabrá manipularte. No quiero sonar pesimista, pero el engaño es el juego de moda y nadie quiere salir perdiendo.
Siempre que se habla del amor surge la pregunta más trillada: “¿cuánto me amas?” Las mujeres son tan elementales que siempre mueren por saber qué piensas, qué porcentaje de tu corazón es de ellas. Se empeñan en contar los días, las horas, los minutos para el aniversario. Cuando se lo proponen son adorables, pero también pueden ser tu calvario: Llévame aquí, ven por mí, acompáñame a comprar ropa, ¿qué te parecen estos zapatos?, ¿no te gusta esta blusa? Acaso no se darán cuenta de que tienes otras preocupaciones más relevantes, como estudiar, salir con los amigos, hacerle la barba a tu jefe, amarrarte las agujetas, jugar al futbol, pelearte con el wey de la tortillería, levantarte temprano, ducharte todos los días, checar tus mensajes en hotmail, comer sanamente, emborracharte algún día de estos, trabajar como negro, imaginar el futuro, renegar del pasado, planear un golpe maestro y, por qué no, perder algo de tiempo.
Siempre que se habla del amor surge la pregunta más trillada: “¿cuánto me amas?” Las mujeres son tan elementales que siempre mueren por saber qué piensas, qué porcentaje de tu corazón es de ellas. Se empeñan en contar los días, las horas, los minutos para el aniversario. Cuando se lo proponen son adorables, pero también pueden ser tu calvario: Llévame aquí, ven por mí, acompáñame a comprar ropa, ¿qué te parecen estos zapatos?, ¿no te gusta esta blusa? Acaso no se darán cuenta de que tienes otras preocupaciones más relevantes, como estudiar, salir con los amigos, hacerle la barba a tu jefe, amarrarte las agujetas, jugar al futbol, pelearte con el wey de la tortillería, levantarte temprano, ducharte todos los días, checar tus mensajes en hotmail, comer sanamente, emborracharte algún día de estos, trabajar como negro, imaginar el futuro, renegar del pasado, planear un golpe maestro y, por qué no, perder algo de tiempo.
Casi todas sueñan con “el día que nos casemos y tengamos hijos”, sin detenerse a pensar que tal vez sería más emocionante titularse como diplomáticas, viajar a un exótico país de medio oriente y tener un amante de ojos como faros. O tal vez irse a otra ciudad, casarse con un cubano y bailar rumba hasta en la cama. Pero no, prefieren seguir los esquemas de sus madres, tías, hermanas: engordar, amargarse por el marido borracho y desquitarse con los chamacos moquientos. No las culpo, son expertas en seguir patrones, en manipular a cambio de sexo, en tirarse en el suelo para que las levantes: “es que si en verdad me quisieras tanto ya me hubieras llevado a Acapulco”. En nombre del amor se cometen las peores estupideces, como echar a perder tu vida. Tan hermoso que es quererse sin condicionamientos, sin culpas y sin reclamos. Todo sería más llevadero si en vez de chantajes emocionales, se disfrutaran como parejas, como personas que sienten, que tiemblan, que se entregan sin temor a que te pasen la factura. Sólo los tontos confunden la pasión con los achaques del corazón. No, desde luego que eso no es nada romántico… pero es mejor invertir en una noche de caricias como fuego, que regalar tarjetitas que dicen “Te quiero”. El amor es un muñeco de vudú en las peores manos.
ja...lo siento pero no todas las mujeres soñamos con casarnos y tener hijos y si lo soñamos también queremos conquistar el mundo acompañadas de una pareja que sea capaz de seguirnos los sueños y los pasos sin decirnos que: sólo quieres irte porque es una forma de huir, cuando lo que queremos es alguien que huya con nosotras. No, no todas las mujeres soñamos con contratos y algunas veces son ellos quienes nos quitan los sueños y arrebatan nuestras pasiones porque no somos lo suficientemente mujeres para dejar empeñadas los sueños y convertirnos en sus madres o sus nanas...@pronuspeciosa
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