martes, 21 de septiembre de 2010

Las pesadillas sobrevuelan mi cama

Siempre que te preguntan cómo eres, tiendes al engaño. Uno es casi perfecto: sensible, romántico, caballeroso, educado, responsable y culto. Los bárbaros son otros. Sea para solicitar un trabajo, para conquistar a una chica, para caerle bien a la suegra, uno se dibuja como la persona ideal. En la escuela uno es el simpático. Entre los amigos te haces el rudo. Con las chavas te asumes el mejor prospecto. Pero cuando estás solo te acobardas ante tus defectos, en lugar de encararlos y pelear con ellos hasta domesticarlos. Y es que en la medida que te asumas imperfecto, iniciarás el proceso de remodelamiento. Y si no, siempre serás un patán, un miserable o simplemente un perdedor. Para ganar, hay que perder por nocaut, besar el suelo, tallarse la sangre con el pulgar y levantarse con ganas de seguir hasta el último round. Así que puestos a ser sinceros, hay que hacerse una radiografía de cuerpo completo: reconocer que a veces eres patético, sobre todo cuando manda el corazón; aceptar que tienes más tendencia al odio que al amor; asumir que eres egoísta y convenenciero; que envidias la mujer ajena; que eres malhablado; que tienes doctorado en engaños; que te gusta el dinero fácil y odias tu trabajo; que sueñas con el Melate, mientras repruebas lógica y geografía; que no soportas a tus padres, pero los adoras en las quincenas; que te sientes rudo con los vagos de tus amigos, pero a solas eres inseguro; que presumes de tus conquistas, pero la chavita que te gusta no te pela; que te emborrachas más de la cuenta y fanfarroneas sobre tus virtudes; que escuchas baladas a escondidas, aunque tengas una playera de los Rasmus; que roncas cuando duermes y que masticas con la boca abierta; que tu futuro luce como un terreno minado, pero no haces nada por remediarlo; que si por ti fuera mandabas todo al diablo y te volvías vagabundo. y sí, por más duro que sea, es cierto que no serás el empleado del año, ni el próximo premio Nobel, ni la celebridad de moda, pero sí te esfuerzas aunque sea un poquito, te convertirás en un buen

He conocido mundo, me he sumergido en tempestades, viajé con boleto de ida y vuelta a ciertos infiernos, me he consumido en el fuego de muchos deseos y también he zarpado en navíos que derrochan delirios, pero en honor a la verdad soy un explorador algo puritano. Bebo más de la cuenta, me fascinan las mujeres de ojos grandes, me emociono con los detalles y me mareo en los toboganes. Soy demasiado sensible para tener esta pinta de canalla y encima lloro en los cumpleaños de mi madre. Soy poseedor de incontables ausencias y carezco de pertenencias. En persona parezco frío, pero mis letras generan abrigo. Nunca me he considerado un poeta y detesto la palabra escritor, sólo soy un triste narrador, un cronista de mis propias miserias. ¿Alguna vez has sentido que Dios te habla? ¿O que algún demonio te aconseja al oído? ¿Quizá que tus bestias internas se rebelan contra ti? Desde luego que no es sencillo afrontar tus destellos de locura. Hay días que dan ganas de no salir de la cama o quedarte encerrado en tu recámara. Otras veces, en cambio, te miras al espejo y te encuentras normalito, hasta un tanto simpático. Mis días turbios son como el drenaje profundo. Mis mañanas luminosas son contadas. Aun así he encontrado la fórmula para no quedarme parado a la mitad del camino, aunque a decir verdad desconozco mi destino. Basta con ser honesto con uno mismo: no engañarte en lo más mínimo, asumirte imperfecto y lleno de dudas o defectos. No serás mejor que nadie, pero tampoco peor que la mayoría. En algunas ocasiones la fortuna me ha sonreído, aunque también ha pasado de largo sin llamar a mi puerta. He ganado un poco de respeto, que viene en paquete con varios enemigos. He perdido algo de dinero, pero he ganado en amigos. Mis sueños se durmieron bajo la cama y las pesadillas sobrevuelan mi almohada. Tengo varias canciones arrinconadas, porque mi guitarra aún suena desafinada. Un gato merodea la azotea de mis insomnios, mientras las ratas perforan con paciencia la tubería. Hace días que no observo la luna, porque estoy ocupado viendo cómo se transforma mi sombra. Ya rebasé la frontera de los 30 años y el panorama luce un tanto desértico, pero me gustan los retos y te apuesto doble o nada que salvaré mis huesos. Aún tengo tiempo para pensar mi epitafio, para publicar un libro, para tener otro hijo, para enloquecer por completo o simplemente para sentirme un poco vivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu contibuciòn ayuda hacer mejor este blog:

Escúchanos desde tu Cel o Tablet